Iba corriendo en pijama por las calles de San Francisco, me perseguía la policía, mejor no preguntéis por qué pues yo tampoco tengo ni idea. Los gigantescos edificios se alzaban a mi alrededor mientras yo corría sin parar por el centro de la avenida en dirección al “Golden Gate”. Cuando llegué al puente, trepé felizmente por los duros y firmes cordones de acero con el ánimo de subir a lo más alto y saltar desde allí para sobrevolar la ciudad. Ya en la cima, lo vi claro, así que salté sin más. Cerré los ojos y me lancé al vacío extendiendo los brazos y batiéndolos arriba y abajo una y otra vez.