Cuando se me ocurrió mirar el reloj, eran las ocho menos dos minutos, llegaba tarde; creo que es una de las pocas cosas que no ha cambiado en todo este tiempo. Me levante de la cama de un salto y me apresuré a abrir las puertas del armario; cogí el primer pantalón vaquero que vi; era largo y azul oscuro, siempre me había venido como anillo al dedo, esperaba que continuara siendo de mi talla, últimamente solo había hecho que comer. Abrí deprisa y corriendo el tercer cajón y busqué entre la ropa amontonada mi blusa favorita, que a decir verdad andaba un poco desteñida, hacía tiempo que no me la ponía y el color marrón se había esfumado dando paso a una especie de blanco roto o como Irene solía decir: “color huevo”.