Nieve.
Mi piel ardía por el helor de la fría escarcha. Lo peor: el
quemazón que estaba sintiendo en las palmas de las manos al retirar una por una
las gruesas placas de hielo que cubrían la luna de mi recién estrenado
“Voslkswagen Escarabajo” en la plaza de garaje delantera de mi casa.
Savana había prometido ayudarme con las cosas de la mudanza
y pasar el día conmigo hasta entrada la tarde; y aunque era obvio que
necesitaba pasar un tiempo sola no fui capaz de negarme.
-
¡Hey! ¿Dónde se había metido, señorita? – En parte
agradecía que, incluso en un día como aquel, tratara de fingir ser fuerte e
intentar hacerme sonreír. No estaba siendo una semana fácil. - Te he estado
buscando… - Continuó. Ya casi había terminado con el cristal delantero así que
froté los dedos de las manos entumecidos por el frío contra mi pantalón vaquero
y la miré forzando una media sonrisa; no tardé mucho en sentir la humedad. –
Las cajas de los dormitorios ya están precintadas, ¿crees que necesitas echar
un último vistazo? – Preguntó simpática apoyada en el marco de la puerta.
-
Sav, ¿has pensado por casualidad en ponerte un
chaquetón? – hablé, al fin. Ante la clara evasión a su pregunta ambas miramos
curiosas el termómetro de cerámica colgado en la pared y sonreímos. (-2ºC )
Su pelo castaño“supuestamente”
recién alisado caía desenfadado sobre una de las gigantescas sudaderas de
propaganda que su hermana Claudia vendía en su frutería - he de destacar que con un eslogan un tanto
“inapropiado”: “El Frescor de la Naturaleza; Disfrute de Nuestra Fruta”;
teniendo en cuenta que justo al lado, acababan de inaugurar la tienda de
insecticidas del señor Paolo: “Los mejores tóxicos de toda la comarca, anímese
y fumigue con: Insecticidas Galieri”. Anunciaba días atrás el periódico diario
-. Savana parpadeó varias veces ocultando sus enormes ojos marrones en señal de
protesta, para hacerme saber que, como era de costumbre, no tenía frío. Se
conservaba demasiado bien para acabar de cumplir los treinta y cinco.
“Breakeven” de “The Script” interrumpió nuestra monótona
conversación.
Savana me regaló una cálida mirada, se disculpó y entró corriendo
hacia la sala de estar en busca de su teléfono móvil.
De repente, un sonido familiar.
-
¡Buenos días, Eryel! – Marcelo, hijo pequeño de Pepe,
dueño de una de las panaderías del centro del pueblo, se acercaba velozmente
gritando mi nombre en una vieja y descolorida bicicleta gris con una pequeña
cesta de mimbre a rebosar de periódicos. Supuse que Félix, cartero y repartidor
desde que yo era niña, debía de haberse jubilado la semana anterior al cumplir
nada más y nada menos que los ochenta y cinco años de edad.
-
¡Eryel!, ¡Eryel¡ - Continuaba. Una de las persianas en
la casa de mi vecina se levantó.
-
¡MARCELO! ¡SON LAS SÉIS DE LA MAÑANA¡ ¡¿PUEDES HACER EL
FAVOR DE BAJAR EL VOLUMEN?! ¡HAY GENTE
“NORMAL” QUE NECESITA DORMIR! – Vociferó. Décimas de segundo más tarde la
persiana se cerró con un golpe seco.
-
¡Discúlpeme, Petra! – Marce me miró cómplice y poco después aparcó su bicicleta contra mi buzón y se
acercó para entregarme el diario semanal. – Buenos días, Marce – Saludé afable.
-
Buenos días, Ely. – Hacía mucho que no escuchaba ese
sobrenombre. Algo sorprendida me arrodillé y rebusqué bajo el coche mis viejos
guantes de mecánico, tenía las manos congeladas. Al incorporarme mi cara se
encontró con el espejo retrovisor y supe que sin duda alguna tendría que darme
una ducha antes de terminar de embalar las últimas cajas; mis mejillas y gran parte
de mi barbilla estaban llenas de grasa; necesitaría ropa limpia y una mejora
considerable en lo que respectaba a mi olor. Ya erguida, descubrí a Marcelo
mirando atento la montaña de muebles y cajones que Savana y yo habíamos estado
agrupando en la entrada desde hacía unas horas. Me miró preocupado.
-
Ely… ¿para qué son todas esas cosas?
-
Ah. Pensaba que tu padre te lo habría comentado ya. Me
mudo a casa de mi abuela Emilia; mi amiga Savana está echándome una mano con el
traslado. Ten, sujeta un segundo el periódico. – Me recogí el pelo en un
pequeño y deforme moño y retiré algo brusca las últimas placas que cubrían el
techo del coche.
-
¡¿Te vas?! Pero… ¿Qué ha pasado? – El joven cartero de
tan sólo dieciséis años se arrepintió al instante de haber formulado la
pregunta al mirar la portada del diario. Villa Roja era un pueblo relativamente
pequeño y las noticias volaban de aquí para allá sin detenerse; aunque al
parecer en esa ocasión no resultó ser así.
-
Lo… lo siento mucho, Eryel. Mi familia y yo no sabíamos
nada… - se disculpó arrepentido.
-
No te preocupes, ya estoy algo mejor. – Mentí. El
titular anunciaba: “En Memoria de Liana Marcos”, mi madre. “Tras dos largas semanas de investigación, el instituto forense ha deliberado. El funeral dará
lugar la mañana del día próximo en el cementerio de “La Rosa”, en las afueras
del pueblo frente a los extensos campos de cultivo del señor Pedro, hermano del
Alcalde. Liana por fin podrá descansar en paz”
-
¡Eryel, cariño!
¡¿Sigues a fuera?! – Marce agradeció en silencio que se interrumpiera aquella incómoda y comprometida situación.
-
¡Sí! ¡Sigo aquí abajo terminando de pelearme con la
nieve! – Contesté levantando la cabeza hacia la pequeña ventana circular que
adornaba la pared de la bohardilla. Savana asomó la cabeza por la diminuta
circunferencia toda despeinada.
-
¡Recibido! ¡¿Cuándo termines podrías ayudarme con el cabezal?! ¡Apenas cabe por las escaleras!
-
¡Descuida!
-
Ely, no te molesto más, tengo que seguir repartiendo. –
Sin saber bien qué hacer, Marce se aproximó hacia mí y me abrazó. – todo irá
mejor, la lo verás. – corrió hacia su bici. - ¡Te
echaremos de menos! - Aquel destartalado “vehículo”
emitió un chirrido desconcertante que me recordó a los cambios en las emisoras
de radio antiguas; realmente curioso.
-
¡Lleva cuidado con los coches, Marce! – Añadí.
Exhausta y pensativa caminé hacia
la valla del jardín y me dejé caer lentamente sobre los fríos tablones de
madera en un pequeño banco de roble. Sería un día muy largo; todavía quedaban
muchas cosas por hacer, muchos papeles que firmar y algunos familiares lejanos
a los que atender; y sin ninguna duda eso último era lo que menos me apetecía;
hablar con desconocidos que no han aparecido por este pueblo en años y ahora
pretenden llevarse un trozo de la herencia familiar, “qué divertido”.
No tenía ningunas ganas de
recordar nada ni de explicarle a nadie lo sucedido. Mis ánimos estaban bajo
mínimos. Tenía que aprender a seguir hacia delante aunque sabía
perfectamente lo difícil que iba a resultarme. “Ánimo, Ely; son sólo papeles;
fírmalos y olvídate de todo”; me dije a mi misma.
Savana apareció de la nada frente
a mí; esta vez con una enorme manta sobre los hombros, una mullida bufanda
blanca y un simpático gorro de lana con una enorme borla de pelo que sobresalía
de su cabeza. Miré el termómetro de nuevo. (-10ºC .) En una situación
normal, habría sonreído; no lo hice.
-
No me mires así, alguna vez en mi vida tenía que
experimentar esta sensación. Tengo frío ¿Algún problema? – Sacó la lengua. –
por primera vez en catorce días no encontré fuerzas suficientes para
continuar fingiendo que todo estaba bien en mi interior. Una lágrima triste y
nostálgica resbaló por mi mejilla izquierda y saltó poco después desde mi
barbilla hasta caer al suelo y fundirse con los pocos trozos de hielo que descansaban bajo mis botas de agua. Sav, continuaba observándome sin saber qué decir,
todavía no habíamos hablado sobre mi madre ni una sola vez. Con mirada perdida
escruté el blanco y frío horizonte durante unos segundos; no quedaba ni una
sola mota de color verde entre los grandes campos de trigo, ni siquiera más
allá de las lindes de Villa Roja.
-
La nieve te recuerda a ella… ¿No es cierto? – Savana
rompió el silencio. Simplemente asentí.
-
A mí también. –añadió. Avanzó, se sentó junto a mí y después
de una breve pausa continuó. – Debes seguir hacia delante, Ely; la vida sigue,
no cierres puertas abiertas por malas que parezcan y busca nuevas ilusiones,
nuevos objetivos, nuevos sueños…
-
Lo sé, Sav. Su olor está en los copos de nieve ¿Sabes?
Lo único que me da miedo es que algún día deje de nevar para siempre y ese olor
desaparezca.
-
Tranquila. No es ella quien va junto a la nieve, si no
la nieve quien la acompaña; tal vez siempre que la necesites, nieve…
¿resultaría curioso, no crees? – Sonreí.
-
Suceda lo que suceda siempre nos quedará el invierno,
Sav. – La miré.
-
Suceda lo que suceda, Eryel. – Me devolvió la mirada.
-
Necesito un abrazo. – No hizo falta su respuesta. En
milésimas de segundo sentí el poco calor que desprendía su cuerpo escondido e
hinchado tras varias capas de telas gruesas.
-
No te dejaré sola, ¿sabes? Hoy será un día estresante y
lleno de líos; mañana resultará más difícil, aun así piensa que después de eso todo
habrá terminado; hasta entonces tanto tú como yo tenemos que ponernos manos a
la obra con este desorden; tu abuela me matará si no llegas sana y salva a la
ciudad antes de las 23:00 y no sé si te acuerdas pero hemos quedado con el
abogado y con tus tías en el ayuntamiento sobre las doce. – Mi cara cambió al
recordar mi ajetreada agenda. - ¿En serio tenemos que ir? – pregunté.
-
A menos que quieras que esas arpías se queden con el
dinero de tu madre; sí, tenemos que ir. Así que vamos, arriba. – se levantó de
golpe del banco y trató de arrastrarme hasta la puerta.
-
¡Au! ¡Para, Sav; se me han dormido los pies! – resbalé con el hielo y caí de culo. Cerré los ojos
instantáneamente durante la caída y una vez tendida en el asfalto volví a
abrirlos algo desorientada. Savana reía a unos pocos metros de mí y dispuesta a
mirar hacia arriba me encontré cara a cara con Daniel. Fue fácil diferenciarlo
entre las oscuras nubes; es albino y siempre que el cielo está encapotado aprovecha para salir a correr. Hacía varios meses que no sabía de él. Me tendió la mano entre
risas y poco antes de incorporarme me elevó en el aire y me escondió entre sus
enormes brazos.
-
Tú, tan patosa como de costumbre. – le dí un cariñoso abrazo y un tímido beso en la mejilla y le robé su gorro de punto. - ¿puedo? Se me están
congelando las orejas. – Mientras luego me lo devuelvas, todos contentos. - ¿Se
puede saber que es todo este desmadre? – preguntó curioso al ver mi
destartalado "escarabajo" a punto de explotar hasta arriba de maletas. Savana
entró en la casa.
-
Me mudo a la ciudad. – Lo cogí de la mano y lo arrastré
hacia la puerta de entrada. - ¿Tienes algo que hacer esta mañana? Necesitamos
ayuda, como puedes ver… - Daniel era algo parecido a un hermano para mí. De
esos amigos a los que no ves diariamente pero sabes que están ahí siempre. – Lo
cierto es que no, no tengo nada que hacer esta mañana. De todos modos, si me
concedes un segundo necesito orientarme un poco… ¿acabo de volver de viaje y
ya me estás secuestrando? – Me alzó en brazos y subió los resbaladizos
escalones hasta depositarme sana y salva sobre el suelo. – Sí. Lo sé. Ambos lo
sabemos. La confianza da asco. – Dirigió su mano hacia mi frente, agarró el
borde del gorro y tiró de él hasta cubrirme los ojos. El parqué se llenó de
agua.
-
Anda, enciende la chimenea antes de que nos congelemos…
que tienes un morro… - sonreí mientras recobraba la visión, colocaba todo en
su lugar y caminábamos juntos hasta el salón.
-
Entonces… ¿te vas, no? – Se dejó caer sobre el sofá y
abrazó uno de los cuatro cojines. Observó extrañado las decenas de cajas de
cartón y las desoladas paredes amarillas y estantes de madera anteriormente
llenos de cuadros y de objetos de decoración. Mi madre siempre extrapolaba su
trabajo de diseñadora de interiores a nuestra vida diaria; no dejaba de comprar
y comprar hasta que no quedaba espacio y terminaba por construir una estantería
nueva.
-
Sí. He decidido que necesito… ya sabes, desconectar un
poco. – Contesté mientras buscaba los troncos más grandes y secos en el baúl de
la leña.
-
¿Savana irá contigo?
-
Supongo que sí… hoy hay muchas cosas que hacer y muchos
sitios a los que ir. Tenemos que terminar de recoger lo antes posible y estar
en la ciudad sobre este medio día.
-
Eryel, sólo son las siete y media; tenéis tiempo de
sobra. – ordené la chimenea y cerré la puertecita de cristal cuando conseguí
una pequeña llama. – Dan… si yo tuviera tu altura, tus brazos, tus piernas, tu
espalda y tus abdominales; por no hablar de tus estructuradas habilidades de
orden y limpieza; en menos de dos horas me daría tiempo a desmontar, a montar y
a volver a desmontarlo todo de nuevo; pero con este diminuto cuerpo y este gran
culo con ánimo de adelgazar, creo que tardaré unas horas más. Savana me ayuda y
bueno, entre las dos nos las apañamos, mas… ¿por qué crees que estás
secuestrado en mi salón? - parecía un niño pequeño escondido entre capas y capas de ropa.
-
Deduzco que para utilizar todo lo que has mencionado
hace unos segundos que “poseo” en mi escultural cuerpo y echarte un cable con
todo este desastre. Por cierto, tienes un muy buen culo y no, no necesitas
adelgazar; aunque si tu objetivo es quedar como una loncha de jamón de York,
adelante. Lo que te hace falta es hacer ejercicio y si se te diera bien madrugar yo
podría entrenarte; pero como duermes más que una marmota te resultará algo
difícil.
-
¿Has terminado ya? – pregunté exhausta ante tanta
reflexión. – En primer lugar, gracias por lo de mi “buen culo”; en segundo, si
vuelves a mirar te fulmino y tercero,
deja de cotillear fotos y vamos a impedir que Savana se rompa algún hueso
mientras intenta bajar ella solita el cabezal de la cama de mis padres. ¿Te parece bien? - advertí tras oír varios ruidos preocupantes en el hueco de la escalera.
-
¡Sí, por favor! – Se escuchó desde el piso de arriba. -
¡Si os dais prisa mejor!
-
¿Subirás los escalones sin caerte? ¿O tengo que cogerte
en brazos otra vez?
-
Ja, ja, ja. – Me burlé. – Cuidado al sujetar el mueble,
“Super Man”, no rompas en trocitos la madera. – Corrí hasta que poco
después él me alcanzó.
-
Buenos días, Sav. – Saludó.
-
¡Hola, Dani; cuanto tiempo!. – Contestó Savana algo
“indispuesta”.
-
¿Podemos dejar el reencuentro para más tarde? – Sugerí
impaciente. Dani me miró y tras resoplar, cogió con firmeza y precisión ambos lados
de aquel trozo de madera maciza y como por arte de magia bajó uno a uno los
escalones hasta llegar de nuevo a la planta baja. Sav, suspiró aliviada. - Gracias al
cielo que ha llegado un hombre a esta casa y precisamente en el día de hoy. –
Agradeció.
-
No hay de qué. Aunque lo cierto es que no pesa tanto
como creía… sería como una pluma para Super Man… ¿No crees, Eryel? – Lo
petrifiqué con la mirada mientras Savana y yo bajábamos las escaleras.
-
¿Vas a quedarte para ayudarnos a terminar de desalojar,
Daniel?
-
Eso pensaba hacer; aunque con una condición…
-
Ya está el señorito con sus perspicacias. – Añadí
simpática mientras recogía cuatro de las enormes cajas llenas de artículos de baño que la
otra noche habíamos dejado escampadas por el pasillo.
-
¡Eryel! ¡Cuidado con el…! – Ambos llegaron a tiempo y por
suerte ningún objeto de porcelana se hizo pedazos. – Cuidado con el armario… -
Savana terminó la frase algo tarde y Daniel por segunda vez me levantó del suelo.
-
No quiero ningún comentario al respecto; ¿de acuerdo? –
dije mientras me sacudía la ropa. Dan lo recogió todo y lo guardó en el
armario con el que yo había tropezado. - ¿habéis desayunado, chicas?- preguntó
interesado.
-
Todavía no. Nos hemos levantado considerablemente
pronto para empezar y terminar con esto lo antes posible y entre embalaje y
embalaje no nos hemos dado cuenta de la hora.
-
¿Esa era la condición, no es cierto? Quieres que te
prepare uno de mis super batidos de chocolate con canela a cambio de tu ayuda… ¿verdad? No te hagas
el remolón. – me miró cómplice. - Para concretar, nuestro despertador ha sonado a
las cinco de la mañana. Para que luego digas que no madrugo. – añadí a la
escasa información que le había proporcionado Savana mientras me dirigía al
baño para lavarme las manos - a la vez ellos tomaron asiento en el salón-. Estaría bien desayunar con Daniel; hacía tiempo
que no nos veíamos y había mucho de lo que hablar.
- ¡Madrugas para lo que te interesa, amiga! – replicó.
-
¿Entonces, te quedas a desayunar, Dan?
-
Por supuesto, Sav.
-
¡Perfecto! Siendo así, haremos una pausa bien merecida
y ya continuaremos un poco más tarde; de todas formas nos queda muy poco para
terminar.
-
¿No creéis que necesitaréis un coche más grande o una
furgoneta para llevar todo esto a la ciudad? – escuché decir a Dan desde el
salón.
-
No te metas con mi “Escarabajo” o te quedas sin batido.
– Salí del aseo y le tiré una pequeña toalla. Él la esquivó con agilidad y me
lanzó un mullido cojín lleno de polvo. Estornudé segundos más tarde.
-
Parecéis niños en el patio de un colegio, ¿sabíais? –
Interfirió Savana.
-
Tranquila, es normal. Creo recordar que a Eryel todavía
le quedan cuatro días para cumplir los diecinueve y olvida fácilmente que es
mayor de edad desde hace poco más de un año. Su mentalidad va con efecto
retardado. – Había olvidado lo poco que faltaba para mi cumpleaños; con tanto
ajetreo no había tenido tiempo para pensar en nada ajeno a lo relacionado con
la muerte de mi madre.
-
Ja, ja, ja. Habló el que tiene veinticuatro y todavía
duerme con “Ms. Popi” el señor conejo de peluche. – Rompí a reír hasta que me
lanzó otro cojín algo más grande. – Bueno vale ya ¿no? – puso los ojos en
blanco. Savana miraba con atención un álbum de fotos familiar que había caído
bajo el sofá y sonreía con cada página; Dan, sin embargo, se “empanó” de
repente con un pequeño Cubo de Rubik perdido entre dos cajas llenas de manteles.
-
Voy a hacer el desayuno. Si no, no acabaremos nunca. –
Mi estómago no dejaba de protestar y pedía a gritos dos buenas tostadas y un
buen batido de chocolate con canela y azúcar. - ¿Venís? – pregunté esperando
que alguien se animara. Ambos forzaron una incrédula cara de cansancio y
suspiraron al unísono.
-
Genial. Si os dormís os prometo que os tiro un cubo de
hielo por la cabeza. – Tras esta última frase giré sobre mí eje y corrí hacia
la cocina. Perfecto; otra habitación destartalada. Abrí uno por uno los cajones.
- ¡Sav! ¡Gracias por empaquetar los vasos,
los cubiertos, la tostadora y la licuadora! – Ironicé. “A ver como narices hago
yo el desayuno ahora”. Me dije a mí misma. Dan acudió en mi ayuda minutos después
y una media hora más tarde conseguimos entre los tres preparar algo decente: Savana
puso la mesa en el salón, Dan hizo las tostadas y yo los batidos. Una vez
sentados comenzó una curiosa conversación.
-
Retrocediendo en el tiempo… ¿te mudas a la ciudad
permanentemente? – Preguntó Dan con el labio y parte de la nariz cubiertos de
canela. Savana me miró esperando una respuesta, como si fuera ella quien había
formulado la pregunta, mientras masticaba un trozo de tostada con mermelada de
fresa.
-
No lo sé… tal vez vuelva dentro de unas semanas, cuando
todo esto haya pasado.
-
¿Todo esto? – insistió.
-
Sí - me limpié las manos llenas de mantequilla. – cuando
las cosas estén mejor organizadas en mi cabeza y pueda pensar sobre lo sucedido
hace dos lunes sin echarme a llorar o sin sentir que estoy sola.
-
No seas pava. Sav y yo qué somos; ¿palos de escoba? ¿Y
qué ha sido de Lorena, Alejandro, Paulo, Sandra, Lidia, Carlos e Irene?
-
Hace unos días que dejaron de intentar localizarla
tanto a su viejo teléfono móvil como al fijo. No le apetecía hablar con nadie y
colgaba el teléfono a diestro y siniestro. – aclaró Sav.
-
Es igual, prefiero
distraerme; así que será mejor que Dan empiece a contar cosas sobre su viaje.
-
Son historias muy largas… - se puso rojo como un tomate
y yo abrí los ojos forzando una rara expresión de asombro.
-
¿Sabes qué es lo que significa esa cara, verdad Sav?
-
Por supuesto, Ely. – reímos. - Ya estás soltando su
nombre, sexo, edad, dirección, números de teléfono, Tuenti, Twitter, Facebook,
DNI, código postal… - exigí a toda velocidad.
-
¿Algún dato más? ¿Marca de compresas, encima o debajo,
color de bragas? – Añadió Dan.
-
¡¿COLOR DE BRAGAS?! – Exclamamos al unísono.
-
A ver, no es lo que parece; todavía no me he acostado
con ella.
-
¡AJÁ! “TODAVÍA” – Resalté. Nos miramos y comenzamos a
reír.
-
Estáis muy salidas. – Dijo tras dar un largo sorbo de
batido en una cañita naranja.
- ¿Qué esperabas? Adolescente soltera y sin compromiso; y mujer separada con ánimo de compañía. - añadí.
-
En fin, pongámonos serios. Ya son las nueve menos
cuarto; va siendo hora de que sigamos con el trabajo.
-
Que manera de aguar la fiesta, Sav.
-
No te quejes; al fin y al cabo el que va a cargar con
peso va a ser Daniel.
-
Gracias, chicas. Yo también os quiero. Ah! El batido asqueroso esta vez, Eryel. - dijo mientras relamía la cañita de plástico.
Después de desayunar, los tres nos pusimos manos a la obra
con la mudanza. Savana acabó tumbada en uno de los sofás medio dormida mientras
Dani y yo tratábamos de cerrar el maletero del coche sin muy buenos resultados.
Montañas de cajas y bolsas descansaban amontonadas en la entrada, la casa
estaba totalmente vacía. El reloj marcaba las 10:30 y supuestamente ya tendría
que haberme duchado y estar de camino al ayuntamiento de la ciudad para recibir
a las brujas de mis tías.
-
Eryel… ¿le pedimos la furgoneta al marido de Petra?
-
¡Que no, que ya verás como esto cierra! – contesté
subida encima del maletero. El frío estaba congelando mis nalgas por momentos y si no nos dábamos prisa pronto comenzaría a llover, nevar o con mala suerte, a granizar. Dan,
suspiró y haciendo caso omiso fue hacia el portal de la vecina esquivando
pequeños montones de nieve. Segundos más tarde regresó triunfal.
-
Ten. – al verlo desistí y bajé del coche de un salto
cogiendo las llaves fucsia metalizadas de los vecinos.
-
Esa familia es cutre incluso con sus medios de
transporte. – Añadí al mirar la furgoneta.
-
Algo es algo. Ambos sabíamos que el maletero no iba a
cerrar, Eryel. – Aclaró.
-
Había que intentarlo, ¿no crees?
-
Anda, ve a despertar a Savana; yo mientras cambiaré las
cosas de sitio y meteré los muebles en la furgoneta. – Lo miré de arriba abajo;
estaba sudado desde la cabeza hasta los pies y cansado, muy cansado.
-
Gracias por ayudarme con esto, Dan. Sabes que significa
mucho para mí que estés aquí.
-
Ven conmigo. – me acerqué lentamente y me refugié en
sus brazos. Me besó dulce en la frente y me apretujó contra él.
-
¿Puedes quedarte el resto del día? Savana lleva toda la
semana aquí y quiero que descanse… se lo merece. – pregunté tras pensarlo
varias veces. Me miró pensativo.
-
En caso de que decida quedarme contigo sería con una clara
condición.
-
Y dale con las condiciones. – suspiré.
-
Calla y escucha. Vente a mi casa y pasa la noche aquí,
en Villa Roja. Cenaremos “crepes” con helado y chocolate y te contaré mi
aventura en el viaje a Suiza. – Sinceramente, su propuesta sonaba genial; pero
todavía no me sentía preparada.
-
No creo que sea una buena idea, Dan…
-
Yo sí lo creo. Has estado toda la mañana regalándonos
sonrisas fingidas y comentarios sin sentido obviando que te conozco desde que
tienes memoria. Necesitas hablar y sacarlo todo, Ely. – me separó de él y me miró inquieto. –
quédate, no seas cabezota. Llama a tu abuela y dile que he vuelto del
extranjero; que pasarás la noche conmigo y que estarás bien, que no se preocupe
por nada.
-
¿A tu hermana no le importará que me quede? – pregunté considerando
la opción.
-
No está en el país. Entonces… ¿qué dices?
-
Está bien, me quedaré contigo… pero me acompañas a todo en el día de hoy, ¿vale?
-
Trato hecho. – lo besé en la mejilla y me fui a
despertar a Savana. Por primera vez tendría oportunidad de contarle a alguien importante para
mí como me sentía realmente; sabía perfectamente que Dan llevaba razón.
Me duché a toda prisa y me vestí lo más formal que pude dada
la situación. El trayecto en furgoneta desde Villa Roja hasta la ciudad se me
hizo eterno; aunque para ser sincera la mayor parte del viaje lo pasé durmiendo
o intentándolo. Daniel conduce a trompicones y el mal tiempo no ayudó bajo
ningún concepto. Savana no nos acompañó; finalmente tras dos largas semanas logré
convencerla para que regresara a casa con su hija Claudia. Acabábamos de
aparcar el coche en la plaza de garaje de un parking local cuando un pomposo y
elegante “Mercedes 500”
pasó junto a nosotros.
-
Oh no. No bajes del coche todavía, Dan.
-
¿Qué pasa ahora?
-
Esa es mi tía Aurora.
-
¿La que ganó la lotería el año pasado?, ¿hablas
enserio?
-
Y tanto que hablo en serio. Lo que no sé es qué hace aquí.
-
Eryel… ¿has pensado que no sólo sea ella la que va en
ese coche? – Mi cabeza y mi corazón dieron un vuelco de trescientos sesenta
grados.
-
Si estás sugiriendo que mi padre vaya con ella,
definitivamente no, no puede… - La puerta delantera se abrió y un hombre
trajeado apareció de repente, dio la vuelta al vehículo hasta llegar a una de
las puertas traseras y la abrió con cuidado y elegancia. Sólo hizo falta un
pequeño detalle en la punta de los zapatos negros que estaban a punto de pisar
el suelo de aquella plaza de aparcamiento para darme cuenta de que Dan estaba
en lo cierto. Había limpiado esos zapatos millones de veces y los había visto
en los pies de mi padre en miles de ocasiones. – no puede ser. – acabé la frase.
Me escondí al instante bajo el asiento. Miles de ideas y de planteamientos sin sentido rondaban por mi cabeza. ¿Me abandonaba y ahora aparecía de la nada el día del papeleo?
-
¿Se puede saber qué haces? Es tu padre, no un
alienígena.
-
Creo que tengo que contarte unas cuantas cosas más de
las que imaginas. ¿Tienes tu teléfono móvil a mano? No tengo saldo…
-
Sí… pero… - le quité el móvil de las manos en cuanto
tuve oportunidad y busqué dos nombres entre los muchos contactos de su agenda:
Carlos e Irene.
-
¿A quién llamas ahora? Son las once y media; el abogado
no esperará mucho tiempo, tenemos que bajar ya. – asentí con la cabeza y él
suspiró. El tono de su teléfono hacía temblar cada uno de mis músculos y la
espera solo aumentaba mi preocupación. De pronto una voz familiar.
-
¿Diga?
-
¡Carlos! ¿Eres tú?
-
Sí, sí, soy yo. ¿Eryel? ¿Estás bien? ¿Ha pasado
algo? ¿Por qué nos llamas desde el móvil de Daniel? ¿Estás con él? Se supone
que estás enfadada con nosotros, Eryel. Irene y yo lo sentimos mucho…
-
¡DIOS, deja de hacer preguntas! ¿Dónde estás? ¿Estás
con Irene?
-
Sí, estamos en la ciudad, en el Sasi’s comprando ropa.
- tapé el receptor un segundo y miré a Dan.
-
Eso está a tan solo dos manzanas de aquí. ¿Crees que
con este trasto llegaremos a tiempo?
-
¿A dónde, a Sasi’s? ¿Estás loca? No llegamos ni la
semana que viene, Ely.
-
Carlos, escúchame; es muy importante que Irene y tú
prestéis atención. ¿Recuerdas cuál fue el motivo por el que dejé de hablaros
hace dos semanas? - revivir aquella conversación dolería bastante.
-
¿De verdad quieres que te lo repitamos?
-
Sí, por favor. – no quise creer que fuera cierto, al menos no todo; sin embargo
presentía que las cosas estaban a punto de cambiar drástica y peligrosamente.
-
Espera un segundo, voy a poner el altavoz; Dani está
conmigo. Necesitamos que lo expliquéis rápido; es importante.
-
A ver… cuando encontramos a tu madre en la sala de
estar hace dos lunes… cuando ya no respiraba y tú saliste para pedir auxilio a
casa de los Craulier… Petra salió a buscarte e Irene y yo nos quedamos con el cuerpo y llamamos a la
policía; pero justo antes de colgar el teléfono un ruido nos sobresaltó. La
puerta trasera de tu casa, la que comunica la galería con el jardín trasero y
vuestra otra plaza de garaje…
-
¿Puedes ser más directo, Charlie? No tenemos tiempo. –
Pellizqué a Dan por ese comentario y escuché como Carlos resopló.
-
Vuestra puerta trasera se cerró con un golpe seco,
escuchamos el motor del coche de tu padre y minutos más tarde el señor Fedro
Marcos había desaparecido del pueblo sin dejar rastro y abandonando el cuerpo
de Lilian Marcos en el sofá de su sala de estar. Básicamente dejaste de
hablarnos por que sugerimos que había un gran margen de probabilidad que
clasificaba a tu padre como posible asesino de tu madre. ¿Satisfecho, Dan? – La
dureza y frialdad de aquel recuerdo me dejó paralizada por segunda vez. La
respiración de Carlos se escuchaba clara y pausada a través de la línea
telefónica cuando la mano de Dan acarició la mía con ternura. Era la primera vez que él escuchaba aquella información.
-
Ely… ¿estás ahí? ¿tu padre no habrá vuelto a casa, verdad?
-
Sí… sigo aquí. ¿Creéis de verdad que ha podido hacerlo él? – hubo una
pausa. Irene fue quien contestó.
- Opinamos que es peligroso que te acerques a tu
padre; creemos y mucha gente lo piensa también que desaparecer así es demasiado
sospechoso incluso para un matrimonio divorciado.
-
Irene, mi padre acaba de salir del coche de mi tía
Aurora y se dirigen a los Juzgados… hoy es el día del testamento y todo el
papeleo… estoy escondida en el parking de la Avenida Losar dentro de la hortera
y vieja furgoneta morada de los Craulier. Creo que no nos han visto. – Dan llamó mi atención y señaló el
polvoriento reloj digital. 11:45.
-
Tenemos que irnos, Ely.
-
Eryel, ir a los Juzgados. Lee muy bien lo que firmas, no
te preocupes por tu padre y haz como si no supieras nada; finge lo mejor que puedas, nosotros vamos para
allá. Pásame con Dani. – Ya no había rastro del Mercedes 500 negro; únicamente
logré distinguir el largo abrigo de visón que mi abuela le regaló a mi tía por
Navidad subiendo el bordillo de la acera al otro lado de la calle. Le pasé el teléfono a Dan y cuidadosamente
salí de aquella "cuatro latas". Curiosa observé a través de la sucia ventanilla
como asentía una y otra vez en respuesta a las palabras de Carlos.
-
¿Qué te ha dicho? – pregunté preocupada.
-
Que cuide de ti y que los esperemos a la salida. –
contestó sin mirarme a la cara y me agarró por la muñeca mientras me arrastraba
hacia el paso de peatones más cercano. Los martes el tráfico era denso en el centro de la ciudad y el olor a combustible destacaba por encima de cualquier otro; la contaminación acústica era más que obvia y muchos comercios a lo largo de la Avenida atendían uno por uno a decenas de clientes que esperaban impacientes en interminables colas. La expresión de Dan era seria y llena de rabia. El portal de los Juzgados estaba a tan solo unos metros de nosotros y el miedo
me invadió en cuanto pisé el primer escalón de mármol. Ya no había vuelta
atrás; habíamos llegado y la puerta número 5 de los departamentos nos esperaba. Atentos entramos al imponente edificio hasta que justo antes de llegar a los ascensores Dan me frenó en seco.
-
Espera un segundo, Ely. Mírame. – obedecí. – quiero que
ese cabrón no descubra en ti ni una pizca de rabia o debilidad. ¿De acuerdo? - desde su misteriosa conversación con Carlos, su actitud había dado un giro importante.
-
¿Tú también lo crees, verdad? – no sabía como sentirme
en ese momento. Mi cuerpo no respondía ante ninguna acción.
-
Independientemente de lo que yo crea; ese hombre o sujeto
o como tú lo quieras llamar se largó y te abandonó cuando más lo necesitabas. Y
fuera él o no fuera quien lo hizo; vio a tu madre minutos antes que tú y
sencillamente salió corriendo dejando su cuerpo tirado en un sofá. Eso en mi
mundo también es delito y está penado por ley. Recuerda que tú tienes el mando
y que en este momento él tiene mucho más que perder. Llevas tragándote tus
sentimientos hacia él durante dos largas semanas; puedes hacerlo durante la
media hora que durará la entrevista perfectamente, ¿de acuerdo? – sus palabras
volaban por mi mente desordenadas mientras mi cerebro trataba de hacerlas
cobrar sentido.
-
Tengo miedo. – El ascensor se abrió por sí solo y los
dos entramos en él. Una oleada de frío se coló por mis venas después de que la
puerta se cerrara tras nosotros. Desde que vi a mi madre por última vez había tratado de llevar mi sufrimiento en silencio e intentar hacer creer al mundo que podría sobrellevarlo.
-
No tienes por qué tenerlo.
-
Tengo miedo a que sea cierto. A que fuera él quien la
mató. – Era la primera vez que escuchaba esas palabras dichas por mí y
resultaron más duras de lo que yo había imaginado.
-
Eryel, todavía no es momento para saber si es cierto o
no lo es. Simplemente plántate ahí delante e imita a una chica de dieciocho
años que acaba de perder a su madre y a la que su padre ha abandonado. – frase
tras frase sus palabras se clavaban en mi interior como puñales hurgando en una
herida cada día más difícil de cerrar. En otra ocasión habría roto a llorar;
mas una fuerza ajena al mundo real me serenó e hizo que mis músculos se
tensaran; fue extraño; aunque me ayudó a simular indiferencia.
-
¿Estarás al otro lado de la puerta, verdad? – pregunté
inquieta.
-
No lo dudes. Es más, deben de estar tus otros tíos y
tus primos. No podrá tocarte.
-
Gritaré con todas mis fuerzas si siento que algo no va
bien, ¿de acuerdo? – sonrió.
-
De acuerdo.
Lo abracé tan fuerte como pude y
aprovechando el escondite entre su hombro y su chaqueta mi cuerpo exteriorizó
por última vez en aquella mañana una última mueca llena de miedo e inseguridad.
- Siento haber sido duro con mis palabras.
- Necesitaba que alguien lo fuera.
-
Hemos llegado. Ahora es tu turno, Ely. – La puerta comenzó a abrirse y ambos concentramos todos nuestros sentidos en
conocer quienes se encontraban al otro lado. Los pocos aunque intensos rayos de
luz que se colaban tímidamente por las ventanas me deslumbraron.
Resoplé con firmeza y por sí solas mis piernas comenzaron a
caminar.
Notaba algo raro en el ambiente, poco familiar, mágico,
extraño e inquietante. No faltaba nadie, todos mis tíos estaban allí. Sentía la mirada de Dan clavada en mi nuca,
acompañándome con cada movimiento, tratando de ponerme a salvo. La alarma de un
reloj lejano me hizo saber que ya era la hora; y allí estaba, entre la
multitud; con traje a rayas gris oscuro, camisa blanca, corbata morada y
zapatos negros; mas algo había distinto en él que no inspiraba confianza; algo
oscuro, maligno, irritante, preocupante tal vez… como cuando la noche te
envuelve por completo, una noche sin luna, una noche fría y solemne;
como cuando estás totalmente sola y de pronto tu instinto te hace salir
corriendo, avisándote del peligro, presagiando que algo no va bien.
-
¿Qué has dicho, Dan?
-
Nada, ¿por?
-
Ah… me había parecido… - dudé.
-
Escuchar voces es demasiado raro incluso para ti, Ely.
Son los nervios; no te preocupes todo saldrá bien. Te esperaré aquí. – comencé
a alejarme y busqué con la mirada la puerta nº 5 entre los otros muchos departamentos a lo largo del pasillo.
Por un segundo me pareció ver cómo mi mano se desvanecía.
“Corre” - se volvió a repetir en mi cabeza.
Nieve.
Mi piel ardía por el helor de la fría escarcha. Lo peor: el
quemazón que estaba sintiendo en las palmas de las manos al retirar una por una
las gruesas placas de hielo que cubrían la luna de mi recién estrenado
“Voslkswagen Escarabajo” en la plaza de garaje delantera de mi casa.
Savana había prometido ayudarme con las cosas de la mudanza
y pasar el día conmigo hasta entrada la tarde; y aunque era obvio que
necesitaba pasar un tiempo sola no fui capaz de negarme.
-
¡Hey! ¿Dónde se había metido, señorita? – En parte
agradecía que, incluso en un día como aquel, tratara de fingir ser fuerte e
intentar hacerme sonreír. No estaba siendo una semana fácil. - Te he estado
buscando… - Continuó. Ya casi había terminado con el cristal delantero así que
froté los dedos de las manos entumecidos por el frío contra mi pantalón vaquero
y la miré forzando una media sonrisa; no tardé mucho en sentir la humedad. –
Las cajas de los dormitorios ya están precintadas, ¿crees que necesitas echar
un último vistazo? – Preguntó simpática apoyada en el marco de la puerta.
-
Sav, ¿has pensado por casualidad en ponerte un
chaquetón? – hablé, al fin. Ante la clara evasión a su pregunta ambas miramos
curiosas el termómetro de cerámica colgado en la pared y sonreímos. (-2ºC )
Su pelo castaño“supuestamente”
recién alisado caía desenfadado sobre una de las gigantescas sudaderas de
propaganda que su hermana Claudia vendía en su frutería - he de destacar que con un eslogan un tanto
“inapropiado”: “El Frescor de la Naturaleza; Disfrute de Nuestra Fruta”;
teniendo en cuenta que justo al lado, acababan de inaugurar la tienda de
insecticidas del señor Paolo: “Los mejores tóxicos de toda la comarca, anímese
y fumigue con: Insecticidas Galieri”. Anunciaba días atrás el periódico diario
-. Savana parpadeó varias veces ocultando sus enormes ojos marrones en señal de
protesta, para hacerme saber que, como era de costumbre, no tenía frío. Se
conservaba demasiado bien para acabar de cumplir los treinta y cinco.
“Breakeven” de “The Script” interrumpió nuestra monótona
conversación.
Savana me regaló una cálida mirada, se disculpó y entró corriendo
hacia la sala de estar en busca de su teléfono móvil.
De repente, un sonido familiar.
-
¡Buenos días, Eryel! – Marcelo, hijo pequeño de Pepe,
dueño de una de las panaderías del centro del pueblo, se acercaba velozmente
gritando mi nombre en una vieja y descolorida bicicleta gris con una pequeña
cesta de mimbre a rebosar de periódicos. Supuse que Félix, cartero y repartidor
desde que yo era niña, debía de haberse jubilado la semana anterior al cumplir
nada más y nada menos que los ochenta y cinco años de edad.
-
¡Eryel!, ¡Eryel¡ - Continuaba. Una de las persianas en
la casa de mi vecina se levantó.
-
¡MARCELO! ¡SON LAS SÉIS DE LA MAÑANA¡ ¡¿PUEDES HACER EL
FAVOR DE BAJAR EL VOLUMEN?! ¡HAY GENTE
“NORMAL” QUE NECESITA DORMIR! – Vociferó. Décimas de segundo más tarde la
persiana se cerró con un golpe seco.
-
¡Discúlpeme, Petra! – Marce me miró cómplice y poco después aparcó su bicicleta contra mi buzón y se
acercó para entregarme el diario semanal. – Buenos días, Marce – Saludé afable.
-
Buenos días, Ely. – Hacía mucho que no escuchaba ese
sobrenombre. Algo sorprendida me arrodillé y rebusqué bajo el coche mis viejos
guantes de mecánico, tenía las manos congeladas. Al incorporarme mi cara se
encontró con el espejo retrovisor y supe que sin duda alguna tendría que darme
una ducha antes de terminar de embalar las últimas cajas; mis mejillas y gran parte
de mi barbilla estaban llenas de grasa; necesitaría ropa limpia y una mejora
considerable en lo que respectaba a mi olor. Ya erguida, descubrí a Marcelo
mirando atento la montaña de muebles y cajones que Savana y yo habíamos estado
agrupando en la entrada desde hacía unas horas. Me miró preocupado.
-
Ely… ¿para qué son todas esas cosas?
-
Ah. Pensaba que tu padre te lo habría comentado ya. Me
mudo a casa de mi abuela Emilia; mi amiga Savana está echándome una mano con el
traslado. Ten, sujeta un segundo el periódico. – Me recogí el pelo en un
pequeño y deforme moño y retiré algo brusca las últimas placas que cubrían el
techo del coche.
-
¡¿Te vas?! Pero… ¿Qué ha pasado? – El joven cartero de
tan sólo dieciséis años se arrepintió al instante de haber formulado la
pregunta al mirar la portada del diario. Villa Roja era un pueblo relativamente
pequeño y las noticias volaban de aquí para allá sin detenerse; aunque al
parecer en esa ocasión no resultó ser así.
-
Lo… lo siento mucho, Eryel. Mi familia y yo no sabíamos
nada… - se disculpó arrepentido.
-
No te preocupes, ya estoy algo mejor. – Mentí. El
titular anunciaba: “En Memoria de Liana Marcos”, mi madre. “Tras dos largas semanas de investigación, el instituto forense ha deliberado. El funeral dará
lugar la mañana del día próximo en el cementerio de “La Rosa”, en las afueras
del pueblo frente a los extensos campos de cultivo del señor Pedro, hermano del
Alcalde. Liana por fin podrá descansar en paz”
-
¡Eryel, cariño!
¡¿Sigues a fuera?! – Marce agradeció en silencio que se interrumpiera aquella incómoda y comprometida situación.
-
¡Sí! ¡Sigo aquí abajo terminando de pelearme con la
nieve! – Contesté levantando la cabeza hacia la pequeña ventana circular que
adornaba la pared de la bohardilla. Savana asomó la cabeza por la diminuta
circunferencia toda despeinada.
-
¡Recibido! ¡¿Cuándo termines podrías ayudarme con el cabezal?! ¡Apenas cabe por las escaleras!
-
¡Descuida!
-
Ely, no te molesto más, tengo que seguir repartiendo. –
Sin saber bien qué hacer, Marce se aproximó hacia mí y me abrazó. – todo irá
mejor, la lo verás. – corrió hacia su bici. - ¡Te
echaremos de menos! - Aquel destartalado “vehículo”
emitió un chirrido desconcertante que me recordó a los cambios en las emisoras
de radio antiguas; realmente curioso.
-
¡Lleva cuidado con los coches, Marce! – Añadí.
Exhausta y pensativa caminé hacia
la valla del jardín y me dejé caer lentamente sobre los fríos tablones de
madera en un pequeño banco de roble. Sería un día muy largo; todavía quedaban
muchas cosas por hacer, muchos papeles que firmar y algunos familiares lejanos
a los que atender; y sin ninguna duda eso último era lo que menos me apetecía;
hablar con desconocidos que no han aparecido por este pueblo en años y ahora
pretenden llevarse un trozo de la herencia familiar, “qué divertido”.
No tenía ningunas ganas de
recordar nada ni de explicarle a nadie lo sucedido. Mis ánimos estaban bajo
mínimos. Tenía que aprender a seguir hacia delante aunque sabía
perfectamente lo difícil que iba a resultarme. “Ánimo, Ely; son sólo papeles;
fírmalos y olvídate de todo”; me dije a mi misma.
Savana apareció de la nada frente
a mí; esta vez con una enorme manta sobre los hombros, una mullida bufanda
blanca y un simpático gorro de lana con una enorme borla de pelo que sobresalía
de su cabeza. Miré el termómetro de nuevo. (-10ºC .) En una situación
normal, habría sonreído; no lo hice.
-
No me mires así, alguna vez en mi vida tenía que
experimentar esta sensación. Tengo frío ¿Algún problema? – Sacó la lengua. –
por primera vez en catorce días no encontré fuerzas suficientes para
continuar fingiendo que todo estaba bien en mi interior. Una lágrima triste y
nostálgica resbaló por mi mejilla izquierda y saltó poco después desde mi
barbilla hasta caer al suelo y fundirse con los pocos trozos de hielo que descansaban bajo mis botas de agua. Sav, continuaba observándome sin saber qué decir,
todavía no habíamos hablado sobre mi madre ni una sola vez. Con mirada perdida
escruté el blanco y frío horizonte durante unos segundos; no quedaba ni una
sola mota de color verde entre los grandes campos de trigo, ni siquiera más
allá de las lindes de Villa Roja.
-
La nieve te recuerda a ella… ¿No es cierto? – Savana
rompió el silencio. Simplemente asentí.
-
A mí también. –añadió. Avanzó, se sentó junto a mí y después
de una breve pausa continuó. – Debes seguir hacia delante, Ely; la vida sigue,
no cierres puertas abiertas por malas que parezcan y busca nuevas ilusiones,
nuevos objetivos, nuevos sueños…
-
Lo sé, Sav. Su olor está en los copos de nieve ¿Sabes?
Lo único que me da miedo es que algún día deje de nevar para siempre y ese olor
desaparezca.
-
Tranquila. No es ella quien va junto a la nieve, si no
la nieve quien la acompaña; tal vez siempre que la necesites, nieve…
¿resultaría curioso, no crees? – Sonreí.
-
Suceda lo que suceda siempre nos quedará el invierno,
Sav. – La miré.
-
Suceda lo que suceda, Eryel. – Me devolvió la mirada.
-
Necesito un abrazo. – No hizo falta su respuesta. En
milésimas de segundo sentí el poco calor que desprendía su cuerpo escondido e
hinchado tras varias capas de telas gruesas.
-
No te dejaré sola, ¿sabes? Hoy será un día estresante y
lleno de líos; mañana resultará más difícil, aun así piensa que después de eso todo
habrá terminado; hasta entonces tanto tú como yo tenemos que ponernos manos a
la obra con este desorden; tu abuela me matará si no llegas sana y salva a la
ciudad antes de las 23:00 y no sé si te acuerdas pero hemos quedado con el
abogado y con tus tías en el ayuntamiento sobre las doce. – Mi cara cambió al
recordar mi ajetreada agenda. - ¿En serio tenemos que ir? – pregunté.
-
A menos que quieras que esas arpías se queden con el
dinero de tu madre; sí, tenemos que ir. Así que vamos, arriba. – se levantó de
golpe del banco y trató de arrastrarme hasta la puerta.
-
¡Au! ¡Para, Sav; se me han dormido los pies! – resbalé con el hielo y caí de culo. Cerré los ojos
instantáneamente durante la caída y una vez tendida en el asfalto volví a
abrirlos algo desorientada. Savana reía a unos pocos metros de mí y dispuesta a
mirar hacia arriba me encontré cara a cara con Daniel. Fue fácil diferenciarlo
entre las oscuras nubes; es albino y siempre que el cielo está encapotado aprovecha para salir a correr. Hacía varios meses que no sabía de él. Me tendió la mano entre
risas y poco antes de incorporarme me elevó en el aire y me escondió entre sus
enormes brazos.
-
Tú, tan patosa como de costumbre. – le dí un cariñoso abrazo y un tímido beso en la mejilla y le robé su gorro de punto. - ¿puedo? Se me están
congelando las orejas. – Mientras luego me lo devuelvas, todos contentos. - ¿Se
puede saber que es todo este desmadre? – preguntó curioso al ver mi
destartalado "escarabajo" a punto de explotar hasta arriba de maletas. Savana
entró en la casa.
-
Me mudo a la ciudad. – Lo cogí de la mano y lo arrastré
hacia la puerta de entrada. - ¿Tienes algo que hacer esta mañana? Necesitamos
ayuda, como puedes ver… - Daniel era algo parecido a un hermano para mí. De
esos amigos a los que no ves diariamente pero sabes que están ahí siempre. – Lo
cierto es que no, no tengo nada que hacer esta mañana. De todos modos, si me
concedes un segundo necesito orientarme un poco… ¿acabo de volver de viaje y
ya me estás secuestrando? – Me alzó en brazos y subió los resbaladizos
escalones hasta depositarme sana y salva sobre el suelo. – Sí. Lo sé. Ambos lo
sabemos. La confianza da asco. – Dirigió su mano hacia mi frente, agarró el
borde del gorro y tiró de él hasta cubrirme los ojos. El parqué se llenó de
agua.
-
Anda, enciende la chimenea antes de que nos congelemos…
que tienes un morro… - sonreí mientras recobraba la visión, colocaba todo en
su lugar y caminábamos juntos hasta el salón.
-
Entonces… ¿te vas, no? – Se dejó caer sobre el sofá y
abrazó uno de los cuatro cojines. Observó extrañado las decenas de cajas de
cartón y las desoladas paredes amarillas y estantes de madera anteriormente
llenos de cuadros y de objetos de decoración. Mi madre siempre extrapolaba su
trabajo de diseñadora de interiores a nuestra vida diaria; no dejaba de comprar
y comprar hasta que no quedaba espacio y terminaba por construir una estantería
nueva.
-
Sí. He decidido que necesito… ya sabes, desconectar un
poco. – Contesté mientras buscaba los troncos más grandes y secos en el baúl de
la leña.
-
¿Savana irá contigo?
-
Supongo que sí… hoy hay muchas cosas que hacer y muchos
sitios a los que ir. Tenemos que terminar de recoger lo antes posible y estar
en la ciudad sobre este medio día.
-
Eryel, sólo son las siete y media; tenéis tiempo de
sobra. – ordené la chimenea y cerré la puertecita de cristal cuando conseguí
una pequeña llama. – Dan… si yo tuviera tu altura, tus brazos, tus piernas, tu
espalda y tus abdominales; por no hablar de tus estructuradas habilidades de
orden y limpieza; en menos de dos horas me daría tiempo a desmontar, a montar y
a volver a desmontarlo todo de nuevo; pero con este diminuto cuerpo y este gran
culo con ánimo de adelgazar, creo que tardaré unas horas más. Savana me ayuda y
bueno, entre las dos nos las apañamos, mas… ¿por qué crees que estás
secuestrado en mi salón? - parecía un niño pequeño escondido entre capas y capas de ropa.
-
Deduzco que para utilizar todo lo que has mencionado
hace unos segundos que “poseo” en mi escultural cuerpo y echarte un cable con
todo este desastre. Por cierto, tienes un muy buen culo y no, no necesitas
adelgazar; aunque si tu objetivo es quedar como una loncha de jamón de York,
adelante. Lo que te hace falta es hacer ejercicio y si se te diera bien madrugar yo
podría entrenarte; pero como duermes más que una marmota te resultará algo
difícil.
-
¿Has terminado ya? – pregunté exhausta ante tanta
reflexión. – En primer lugar, gracias por lo de mi “buen culo”; en segundo, si
vuelves a mirar te fulmino y tercero,
deja de cotillear fotos y vamos a impedir que Savana se rompa algún hueso
mientras intenta bajar ella solita el cabezal de la cama de mis padres. ¿Te parece bien? - advertí tras oír varios ruidos preocupantes en el hueco de la escalera.
-
¡Sí, por favor! – Se escuchó desde el piso de arriba. -
¡Si os dais prisa mejor!
-
¿Subirás los escalones sin caerte? ¿O tengo que cogerte
en brazos otra vez?
-
Ja, ja, ja. – Me burlé. – Cuidado al sujetar el mueble,
“Super Man”, no rompas en trocitos la madera. – Corrí hasta que poco
después él me alcanzó.
-
Buenos días, Sav. – Saludó.
-
¡Hola, Dani; cuanto tiempo!. – Contestó Savana algo
“indispuesta”.
-
¿Podemos dejar el reencuentro para más tarde? – Sugerí
impaciente. Dani me miró y tras resoplar, cogió con firmeza y precisión ambos lados
de aquel trozo de madera maciza y como por arte de magia bajó uno a uno los
escalones hasta llegar de nuevo a la planta baja. Sav, suspiró aliviada. - Gracias al
cielo que ha llegado un hombre a esta casa y precisamente en el día de hoy. –
Agradeció.
-
No hay de qué. Aunque lo cierto es que no pesa tanto
como creía… sería como una pluma para Super Man… ¿No crees, Eryel? – Lo
petrifiqué con la mirada mientras Savana y yo bajábamos las escaleras.
-
¿Vas a quedarte para ayudarnos a terminar de desalojar,
Daniel?
-
Eso pensaba hacer; aunque con una condición…
-
Ya está el señorito con sus perspicacias. – Añadí
simpática mientras recogía cuatro de las enormes cajas llenas de artículos de baño que la
otra noche habíamos dejado escampadas por el pasillo.
-
¡Eryel! ¡Cuidado con el…! – Ambos llegaron a tiempo y por
suerte ningún objeto de porcelana se hizo pedazos. – Cuidado con el armario… -
Savana terminó la frase algo tarde y Daniel por segunda vez me levantó del suelo.
-
No quiero ningún comentario al respecto; ¿de acuerdo? –
dije mientras me sacudía la ropa. Dan lo recogió todo y lo guardó en el
armario con el que yo había tropezado. - ¿habéis desayunado, chicas?- preguntó
interesado.
-
Todavía no. Nos hemos levantado considerablemente
pronto para empezar y terminar con esto lo antes posible y entre embalaje y
embalaje no nos hemos dado cuenta de la hora.
-
¿Esa era la condición, no es cierto? Quieres que te
prepare uno de mis super batidos de chocolate con canela a cambio de tu ayuda… ¿verdad? No te hagas
el remolón. – me miró cómplice. - Para concretar, nuestro despertador ha sonado a
las cinco de la mañana. Para que luego digas que no madrugo. – añadí a la
escasa información que le había proporcionado Savana mientras me dirigía al
baño para lavarme las manos - a la vez ellos tomaron asiento en el salón-. Estaría bien desayunar con Daniel; hacía tiempo
que no nos veíamos y había mucho de lo que hablar.
- ¡Madrugas para lo que te interesa, amiga! – replicó.
-
¿Entonces, te quedas a desayunar, Dan?
-
Por supuesto, Sav.
-
¡Perfecto! Siendo así, haremos una pausa bien merecida
y ya continuaremos un poco más tarde; de todas formas nos queda muy poco para
terminar.
-
¿No creéis que necesitaréis un coche más grande o una
furgoneta para llevar todo esto a la ciudad? – escuché decir a Dan desde el
salón.
-
No te metas con mi “Escarabajo” o te quedas sin batido.
– Salí del aseo y le tiré una pequeña toalla. Él la esquivó con agilidad y me
lanzó un mullido cojín lleno de polvo. Estornudé segundos más tarde.
-
Parecéis niños en el patio de un colegio, ¿sabíais? –
Interfirió Savana.
-
Tranquila, es normal. Creo recordar que a Eryel todavía
le quedan cuatro días para cumplir los diecinueve y olvida fácilmente que es
mayor de edad desde hace poco más de un año. Su mentalidad va con efecto
retardado. – Había olvidado lo poco que faltaba para mi cumpleaños; con tanto
ajetreo no había tenido tiempo para pensar en nada ajeno a lo relacionado con
la muerte de mi madre.
-
Ja, ja, ja. Habló el que tiene veinticuatro y todavía
duerme con “Ms. Popi” el señor conejo de peluche. – Rompí a reír hasta que me
lanzó otro cojín algo más grande. – Bueno vale ya ¿no? – puso los ojos en
blanco. Savana miraba con atención un álbum de fotos familiar que había caído
bajo el sofá y sonreía con cada página; Dan, sin embargo, se “empanó” de
repente con un pequeño Cubo de Rubik perdido entre dos cajas llenas de manteles.
-
Voy a hacer el desayuno. Si no, no acabaremos nunca. –
Mi estómago no dejaba de protestar y pedía a gritos dos buenas tostadas y un
buen batido de chocolate con canela y azúcar. - ¿Venís? – pregunté esperando
que alguien se animara. Ambos forzaron una incrédula cara de cansancio y
suspiraron al unísono.
-
Genial. Si os dormís os prometo que os tiro un cubo de
hielo por la cabeza. – Tras esta última frase giré sobre mí eje y corrí hacia
la cocina. Perfecto; otra habitación destartalada. Abrí uno por uno los cajones.
- ¡Sav! ¡Gracias por empaquetar los vasos,
los cubiertos, la tostadora y la licuadora! – Ironicé. “A ver como narices hago
yo el desayuno ahora”. Me dije a mí misma. Dan acudió en mi ayuda minutos después
y una media hora más tarde conseguimos entre los tres preparar algo decente: Savana
puso la mesa en el salón, Dan hizo las tostadas y yo los batidos. Una vez
sentados comenzó una curiosa conversación.
-
Retrocediendo en el tiempo… ¿te mudas a la ciudad
permanentemente? – Preguntó Dan con el labio y parte de la nariz cubiertos de
canela. Savana me miró esperando una respuesta, como si fuera ella quien había
formulado la pregunta, mientras masticaba un trozo de tostada con mermelada de
fresa.
-
No lo sé… tal vez vuelva dentro de unas semanas, cuando
todo esto haya pasado.
-
¿Todo esto? – insistió.
-
Sí - me limpié las manos llenas de mantequilla. – cuando
las cosas estén mejor organizadas en mi cabeza y pueda pensar sobre lo sucedido
hace dos lunes sin echarme a llorar o sin sentir que estoy sola.
-
No seas pava. Sav y yo qué somos; ¿palos de escoba? ¿Y
qué ha sido de Lorena, Alejandro, Paulo, Sandra, Lidia, Carlos e Irene?
-
Hace unos días que dejaron de intentar localizarla
tanto a su viejo teléfono móvil como al fijo. No le apetecía hablar con nadie y
colgaba el teléfono a diestro y siniestro. – aclaró Sav.
-
Es igual, prefiero
distraerme; así que será mejor que Dan empiece a contar cosas sobre su viaje.
-
Son historias muy largas… - se puso rojo como un tomate
y yo abrí los ojos forzando una rara expresión de asombro.
-
¿Sabes qué es lo que significa esa cara, verdad Sav?
-
Por supuesto, Ely. – reímos. - Ya estás soltando su
nombre, sexo, edad, dirección, números de teléfono, Tuenti, Twitter, Facebook,
DNI, código postal… - exigí a toda velocidad.
-
¿Algún dato más? ¿Marca de compresas, encima o debajo,
color de bragas? – Añadió Dan.
-
¡¿COLOR DE BRAGAS?! – Exclamamos al unísono.
-
A ver, no es lo que parece; todavía no me he acostado
con ella.
-
¡AJÁ! “TODAVÍA” – Resalté. Nos miramos y comenzamos a
reír.
-
Estáis muy salidas. – Dijo tras dar un largo sorbo de
batido en una cañita naranja.
- ¿Qué esperabas? Adolescente soltera y sin compromiso; y mujer separada con ánimo de compañía. - añadí.
-
En fin, pongámonos serios. Ya son las nueve menos
cuarto; va siendo hora de que sigamos con el trabajo.
-
Que manera de aguar la fiesta, Sav.
-
No te quejes; al fin y al cabo el que va a cargar con
peso va a ser Daniel.
-
Gracias, chicas. Yo también os quiero. Ah! El batido asqueroso esta vez, Eryel. - dijo mientras relamía la cañita de plástico.
Después de desayunar, los tres nos pusimos manos a la obra
con la mudanza. Savana acabó tumbada en uno de los sofás medio dormida mientras
Dani y yo tratábamos de cerrar el maletero del coche sin muy buenos resultados.
Montañas de cajas y bolsas descansaban amontonadas en la entrada, la casa
estaba totalmente vacía. El reloj marcaba las 10:30 y supuestamente ya tendría
que haberme duchado y estar de camino al ayuntamiento de la ciudad para recibir
a las brujas de mis tías.
-
Eryel… ¿le pedimos la furgoneta al marido de Petra?
-
¡Que no, que ya verás como esto cierra! – contesté
subida encima del maletero. El frío estaba congelando mis nalgas por momentos y si no nos dábamos prisa pronto comenzaría a llover, nevar o con mala suerte, a granizar. Dan,
suspiró y haciendo caso omiso fue hacia el portal de la vecina esquivando
pequeños montones de nieve. Segundos más tarde regresó triunfal.
-
Ten. – al verlo desistí y bajé del coche de un salto
cogiendo las llaves fucsia metalizadas de los vecinos.
-
Esa familia es cutre incluso con sus medios de
transporte. – Añadí al mirar la furgoneta.
-
Algo es algo. Ambos sabíamos que el maletero no iba a
cerrar, Eryel. – Aclaró.
-
Había que intentarlo, ¿no crees?
-
Anda, ve a despertar a Savana; yo mientras cambiaré las
cosas de sitio y meteré los muebles en la furgoneta. – Lo miré de arriba abajo;
estaba sudado desde la cabeza hasta los pies y cansado, muy cansado.
-
Gracias por ayudarme con esto, Dan. Sabes que significa
mucho para mí que estés aquí.
-
Ven conmigo. – me acerqué lentamente y me refugié en
sus brazos. Me besó dulce en la frente y me apretujó contra él.
-
¿Puedes quedarte el resto del día? Savana lleva toda la
semana aquí y quiero que descanse… se lo merece. – pregunté tras pensarlo
varias veces. Me miró pensativo.
-
En caso de que decida quedarme contigo sería con una clara
condición.
-
Y dale con las condiciones. – suspiré.
-
Calla y escucha. Vente a mi casa y pasa la noche aquí,
en Villa Roja. Cenaremos “crepes” con helado y chocolate y te contaré mi
aventura en el viaje a Suiza. – Sinceramente, su propuesta sonaba genial; pero
todavía no me sentía preparada.
-
No creo que sea una buena idea, Dan…
-
Yo sí lo creo. Has estado toda la mañana regalándonos
sonrisas fingidas y comentarios sin sentido obviando que te conozco desde que
tienes memoria. Necesitas hablar y sacarlo todo, Ely. – me separó de él y me miró inquieto. –
quédate, no seas cabezota. Llama a tu abuela y dile que he vuelto del
extranjero; que pasarás la noche conmigo y que estarás bien, que no se preocupe
por nada.
-
¿A tu hermana no le importará que me quede? – pregunté considerando
la opción.
-
No está en el país. Entonces… ¿qué dices?
-
Está bien, me quedaré contigo… pero me acompañas a todo en el día de hoy, ¿vale?
-
Trato hecho. – lo besé en la mejilla y me fui a
despertar a Savana. Por primera vez tendría oportunidad de contarle a alguien importante para
mí como me sentía realmente; sabía perfectamente que Dan llevaba razón.
Me duché a toda prisa y me vestí lo más formal que pude dada
la situación. El trayecto en furgoneta desde Villa Roja hasta la ciudad se me
hizo eterno; aunque para ser sincera la mayor parte del viaje lo pasé durmiendo
o intentándolo. Daniel conduce a trompicones y el mal tiempo no ayudó bajo
ningún concepto. Savana no nos acompañó; finalmente tras dos largas semanas logré
convencerla para que regresara a casa con su hija Claudia. Acabábamos de
aparcar el coche en la plaza de garaje de un parking local cuando un pomposo y
elegante “Mercedes 500”
pasó junto a nosotros.
-
Oh no. No bajes del coche todavía, Dan.
-
¿Qué pasa ahora?
-
Esa es mi tía Aurora.
-
¿La que ganó la lotería el año pasado?, ¿hablas
enserio?
-
Y tanto que hablo en serio. Lo que no sé es qué hace aquí.
-
Eryel… ¿has pensado que no sólo sea ella la que va en
ese coche? – Mi cabeza y mi corazón dieron un vuelco de trescientos sesenta
grados.
-
Si estás sugiriendo que mi padre vaya con ella,
definitivamente no, no puede… - La puerta delantera se abrió y un hombre
trajeado apareció de repente, dio la vuelta al vehículo hasta llegar a una de
las puertas traseras y la abrió con cuidado y elegancia. Sólo hizo falta un
pequeño detalle en la punta de los zapatos negros que estaban a punto de pisar
el suelo de aquella plaza de aparcamiento para darme cuenta de que Dan estaba
en lo cierto. Había limpiado esos zapatos millones de veces y los había visto
en los pies de mi padre en miles de ocasiones. – no puede ser. – acabé la frase.
Me escondí al instante bajo el asiento. Miles de ideas y de planteamientos sin sentido rondaban por mi cabeza. ¿Me abandonaba y ahora aparecía de la nada el día del papeleo?
-
¿Se puede saber qué haces? Es tu padre, no un
alienígena.
-
Creo que tengo que contarte unas cuantas cosas más de
las que imaginas. ¿Tienes tu teléfono móvil a mano? No tengo saldo…
-
Sí… pero… - le quité el móvil de las manos en cuanto
tuve oportunidad y busqué dos nombres entre los muchos contactos de su agenda:
Carlos e Irene.
-
¿A quién llamas ahora? Son las once y media; el abogado
no esperará mucho tiempo, tenemos que bajar ya. – asentí con la cabeza y él
suspiró. El tono de su teléfono hacía temblar cada uno de mis músculos y la
espera solo aumentaba mi preocupación. De pronto una voz familiar.
-
¿Diga?
-
¡Carlos! ¿Eres tú?
-
Sí, sí, soy yo. ¿Eryel? ¿Estás bien? ¿Ha pasado
algo? ¿Por qué nos llamas desde el móvil de Daniel? ¿Estás con él? Se supone
que estás enfadada con nosotros, Eryel. Irene y yo lo sentimos mucho…
-
¡DIOS, deja de hacer preguntas! ¿Dónde estás? ¿Estás
con Irene?
-
Sí, estamos en la ciudad, en el Sasi’s comprando ropa.
- tapé el receptor un segundo y miré a Dan.
-
Eso está a tan solo dos manzanas de aquí. ¿Crees que
con este trasto llegaremos a tiempo?
-
¿A dónde, a Sasi’s? ¿Estás loca? No llegamos ni la
semana que viene, Ely.
-
Carlos, escúchame; es muy importante que Irene y tú
prestéis atención. ¿Recuerdas cuál fue el motivo por el que dejé de hablaros
hace dos semanas? - revivir aquella conversación dolería bastante.
-
¿De verdad quieres que te lo repitamos?
-
Sí, por favor. – no quise creer que fuera cierto, al menos no todo; sin embargo
presentía que las cosas estaban a punto de cambiar drástica y peligrosamente.
-
Espera un segundo, voy a poner el altavoz; Dani está
conmigo. Necesitamos que lo expliquéis rápido; es importante.
-
A ver… cuando encontramos a tu madre en la sala de
estar hace dos lunes… cuando ya no respiraba y tú saliste para pedir auxilio a
casa de los Craulier… Petra salió a buscarte e Irene y yo nos quedamos con el cuerpo y llamamos a la
policía; pero justo antes de colgar el teléfono un ruido nos sobresaltó. La
puerta trasera de tu casa, la que comunica la galería con el jardín trasero y
vuestra otra plaza de garaje…
-
¿Puedes ser más directo, Charlie? No tenemos tiempo. –
Pellizqué a Dan por ese comentario y escuché como Carlos resopló.
-
Vuestra puerta trasera se cerró con un golpe seco,
escuchamos el motor del coche de tu padre y minutos más tarde el señor Fedro
Marcos había desaparecido del pueblo sin dejar rastro y abandonando el cuerpo
de Lilian Marcos en el sofá de su sala de estar. Básicamente dejaste de
hablarnos por que sugerimos que había un gran margen de probabilidad que
clasificaba a tu padre como posible asesino de tu madre. ¿Satisfecho, Dan? – La
dureza y frialdad de aquel recuerdo me dejó paralizada por segunda vez. La
respiración de Carlos se escuchaba clara y pausada a través de la línea
telefónica cuando la mano de Dan acarició la mía con ternura. Era la primera vez que él escuchaba aquella información.
- Ely… ¿estás ahí? ¿tu padre no habrá vuelto a casa, verdad?
- Ely… ¿estás ahí? ¿tu padre no habrá vuelto a casa, verdad?
-
Sí… sigo aquí. ¿Creéis de verdad que ha podido hacerlo él? – hubo una
pausa. Irene fue quien contestó.
- Opinamos que es peligroso que te acerques a tu
padre; creemos y mucha gente lo piensa también que desaparecer así es demasiado
sospechoso incluso para un matrimonio divorciado.
-
Irene, mi padre acaba de salir del coche de mi tía
Aurora y se dirigen a los Juzgados… hoy es el día del testamento y todo el
papeleo… estoy escondida en el parking de la Avenida Losar dentro de la hortera
y vieja furgoneta morada de los Craulier. Creo que no nos han visto. – Dan llamó mi atención y señaló el
polvoriento reloj digital. 11:45.
-
Tenemos que irnos, Ely.
-
Eryel, ir a los Juzgados. Lee muy bien lo que firmas, no
te preocupes por tu padre y haz como si no supieras nada; finge lo mejor que puedas, nosotros vamos para
allá. Pásame con Dani. – Ya no había rastro del Mercedes 500 negro; únicamente
logré distinguir el largo abrigo de visón que mi abuela le regaló a mi tía por
Navidad subiendo el bordillo de la acera al otro lado de la calle. Le pasé el teléfono a Dan y cuidadosamente
salí de aquella "cuatro latas". Curiosa observé a través de la sucia ventanilla
como asentía una y otra vez en respuesta a las palabras de Carlos.
-
¿Qué te ha dicho? – pregunté preocupada.
-
Que cuide de ti y que los esperemos a la salida. –
contestó sin mirarme a la cara y me agarró por la muñeca mientras me arrastraba
hacia el paso de peatones más cercano. Los martes el tráfico era denso en el centro de la ciudad y el olor a combustible destacaba por encima de cualquier otro; la contaminación acústica era más que obvia y muchos comercios a lo largo de la Avenida atendían uno por uno a decenas de clientes que esperaban impacientes en interminables colas. La expresión de Dan era seria y llena de rabia. El portal de los Juzgados estaba a tan solo unos metros de nosotros y el miedo
me invadió en cuanto pisé el primer escalón de mármol. Ya no había vuelta
atrás; habíamos llegado y la puerta número 5 de los departamentos nos esperaba. Atentos entramos al imponente edificio hasta que justo antes de llegar a los ascensores Dan me frenó en seco.
-
Espera un segundo, Ely. Mírame. – obedecí. – quiero que
ese cabrón no descubra en ti ni una pizca de rabia o debilidad. ¿De acuerdo? - desde su misteriosa conversación con Carlos, su actitud había dado un giro importante.
-
¿Tú también lo crees, verdad? – no sabía como sentirme
en ese momento. Mi cuerpo no respondía ante ninguna acción.
-
Independientemente de lo que yo crea; ese hombre o sujeto
o como tú lo quieras llamar se largó y te abandonó cuando más lo necesitabas. Y
fuera él o no fuera quien lo hizo; vio a tu madre minutos antes que tú y
sencillamente salió corriendo dejando su cuerpo tirado en un sofá. Eso en mi
mundo también es delito y está penado por ley. Recuerda que tú tienes el mando
y que en este momento él tiene mucho más que perder. Llevas tragándote tus
sentimientos hacia él durante dos largas semanas; puedes hacerlo durante la
media hora que durará la entrevista perfectamente, ¿de acuerdo? – sus palabras
volaban por mi mente desordenadas mientras mi cerebro trataba de hacerlas
cobrar sentido.
-
Tengo miedo. – El ascensor se abrió por sí solo y los
dos entramos en él. Una oleada de frío se coló por mis venas después de que la
puerta se cerrara tras nosotros. Desde que vi a mi madre por última vez había tratado de llevar mi sufrimiento en silencio e intentar hacer creer al mundo que podría sobrellevarlo.
-
No tienes por qué tenerlo.
-
Tengo miedo a que sea cierto. A que fuera él quien la
mató. – Era la primera vez que escuchaba esas palabras dichas por mí y
resultaron más duras de lo que yo había imaginado.
-
Eryel, todavía no es momento para saber si es cierto o
no lo es. Simplemente plántate ahí delante e imita a una chica de dieciocho
años que acaba de perder a su madre y a la que su padre ha abandonado. – frase
tras frase sus palabras se clavaban en mi interior como puñales hurgando en una
herida cada día más difícil de cerrar. En otra ocasión habría roto a llorar;
mas una fuerza ajena al mundo real me serenó e hizo que mis músculos se
tensaran; fue extraño; aunque me ayudó a simular indiferencia.
-
¿Estarás al otro lado de la puerta, verdad? – pregunté
inquieta.
-
No lo dudes. Es más, deben de estar tus otros tíos y
tus primos. No podrá tocarte.
-
Gritaré con todas mis fuerzas si siento que algo no va
bien, ¿de acuerdo? – sonrió.
-
De acuerdo.
Lo abracé tan fuerte como pude y
aprovechando el escondite entre su hombro y su chaqueta mi cuerpo exteriorizó
por última vez en aquella mañana una última mueca llena de miedo e inseguridad.
- Siento haber sido duro con mis palabras.
- Necesitaba que alguien lo fuera.
-
Hemos llegado. Ahora es tu turno, Ely. – La puerta comenzó a abrirse y ambos concentramos todos nuestros sentidos en
conocer quienes se encontraban al otro lado. Los pocos aunque intensos rayos de
luz que se colaban tímidamente por las ventanas me deslumbraron.
Resoplé con firmeza y por sí solas mis piernas comenzaron a
caminar.
Notaba algo raro en el ambiente, poco familiar, mágico,
extraño e inquietante. No faltaba nadie, todos mis tíos estaban allí. Sentía la mirada de Dan clavada en mi nuca,
acompañándome con cada movimiento, tratando de ponerme a salvo. La alarma de un
reloj lejano me hizo saber que ya era la hora; y allí estaba, entre la
multitud; con traje a rayas gris oscuro, camisa blanca, corbata morada y
zapatos negros; mas algo había distinto en él que no inspiraba confianza; algo
oscuro, maligno, irritante, preocupante tal vez… como cuando la noche te
envuelve por completo, una noche sin luna, una noche fría y solemne;
como cuando estás totalmente sola y de pronto tu instinto te hace salir
corriendo, avisándote del peligro, presagiando que algo no va bien.
-
¿Qué has dicho, Dan?
-
Nada, ¿por?
-
Ah… me había parecido… - dudé.
-
Escuchar voces es demasiado raro incluso para ti, Ely.
Son los nervios; no te preocupes todo saldrá bien. Te esperaré aquí. – comencé
a alejarme y busqué con la mirada la puerta nº 5 entre los otros muchos departamentos a lo largo del pasillo.
Por un segundo me pareció ver cómo mi mano se desvanecía.
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ResponderEliminarjajaja :) Sii! la descripción está en el segundo capítulo, cuando está andando y le dice cállate, ella sonríe y se fija de nuevo en el paisaje ^^
ResponderEliminar(L) Me alegro de que te haya gustado jijijiji!
Un beso!!! =D
Hola!
ResponderEliminarMe he topado por casualidad con el blog y poco a poco, como quien no quiere la cosa lo he leido entero!.
Me esta gustando. Esta muy interesante y siendo sinceros PARECE QUE ENGANCHA pero...espero que no termine aqui he. Si decides continuar prometo recomendarselo a más gente, para que ellos lean tambien o comenten ¿Por que no?.
Me gustaria que contestases y poder hablar.
La idea de escribir una historia merece ser comentada almenos, ya sabes, trama, personajes... (por desgracia poca gente lo hace, a escribir me refiero).
Con cariño (LLL)-> Oskar.
Suerte, Sigue asi!
(he, y espero que me dediques el proximo capitulo jajaja)
Hola Oskar! :) Me alegro mucho de que te estén gustando estos primeros capítulos! Sí, quiero continuar escribiendo! Pero tengo el tiempo justo así que tardaré un poquito en publicar el siguiente capítulo aunque ya estoy en ello! Es la primera novela o intento de ella que escribo, así que me alegra mucho que te haya enganchado! Un beso muy fuerte, te dedico el próximo capítulo vale? jaja :) (L)
ResponderEliminarMe encanta.. y eso que solo es el principio.
ResponderEliminarNo se si te acordaras de mi, soy Marina prima de carol que vive en tu bloque y que íbamos a carmelitas. Pero desde mi punto de vista, me gusta mucho
Muchas gracias por leerme! :)
ResponderEliminarSí! Me acuerdo de ti, pero hace muchísimo tiempo que no te veo! jaja
Agregame en tuenti si quieres! :)
Un beso!
Me alegro mucho de que te guste!
Cómo engancha!
ResponderEliminarEstoy deseando a ponerme a leerme el primer capítulo :)
Eryel es una chica fuerte, seguro que se sobrepondrá a todos los problemas que le aparezcan por la vida^^
hola soy la autora de La luz de mi oscuridad, me encanta tu historia!! me gusta mucho como escribes y yo tambien voy a recomendarte desde el tuenti del blog: Charlotte Bennet y bueno te dejo que quiero seguir con el capitulo 1 ;)
ResponderEliminarHola!!! Con esa foto del Gato con Botas a ver quien es capaz de resistirse a dejar un comentario hahahah Una táctica perfecta hahaha
ResponderEliminarHa sido una introducción bastante trágica, pobre chica, es para querer suicidarse!
De buenas a primeras parece que Sueños fuese un drama romántico o algo parecido pero lo has hecho muy bien al añadirle ese punto de intriga que le has puesto en estaa parte: "seguiría atormentándose día a día pensando en no poder contar a nadie lo que realmente sucedió, lo que sus amigos y ella vieron y no pudieron evitar, eso que tanto la destrozaba por dentro" me ha dejado con la mosca detrás de la oreja. Esa parte me ha hecho plantearme lo del drama romántico xD y no sé por qué, me da en la nariz que no me equivoco xD
Esta parte no la he entendido muy bien "Cuando sea mayor voy a intentar encontrar una respuesta razonable a por qué es exactamente clavada a mí. Es una de mis mejores amigas y ¿cómo no?, más guapa, más alta y más perfecta" A mí no me parece que sean tan iguales.
No he encontrado ningún "error de imprenta" xD pero eso ya me lo esperaba. Lo único que se me ocurre como consejo es que quizás hacer una descripción tan marcada de los personajes y del entorno de la protagonista en lo primero que lees de la historia puede resultar un poco tópico pero supongo que por eso es la introducción no? ahahhaha para que conozcamos a los personajes de buenas a primeras. No sé, es que lo haces muy bien, no se me ocurre ningún tipo de crítica más ingeniosa XD